En la puerta del horno se quema el pan: no ser orgulloso, ni soberbio
El senador Alan Simpson (1997), estadounidense, político y miembro del Partido Republicano dijo una vez en la Universidad de Harvard: “Si tienes integridad, nada más importa”; “Si no tienes integridad, nada más importa”. Fue la manera más simple y agraciada forma de describir la calidad esencial del carácter humano de un líder político.
Muchas personas confunden definiciones como “orgullo” y “arrogancia”. El orgullo es la imagen de una actitud egoísta hacia cualquier población, una actitud irrespetuosa hacia ellos y el deseo de elevarse por encima de los demás. Así denominan a la ascensión del “yo” de uno al trono. Sus principales virtudes son la “venganza”, la “ira”, el egoísmo. El orgullo es un gran sentimiento de alegría y una honda satisfacción para con otra persona, es “dignidad” y “honor”. El valor de defender lo que es precioso para los humanos. Los principales acompañantes del orgullo son el “amor”, la “bondad”, la “responsabilidad” y la “empatía”. Los dos conceptos tienen su raíz derivados de la “vanidad”, el “narcisismo” y la “soberbia”. Sin embargo, en el caso del orgullo, las manifestaciones de un falso sentido de superioridad sobre los demás no son tan pronunciadas como las de la arrogancia. En la actualidad, uno puede estar orgulloso de su tierra natal, sus éxitos, su familia. Mientras que la arrogancia proviene de la inseguridad patológica.
Estas dos tendencias personales están dando el carácter de un conflicto eterno a la relación poder/individuo. Cualquier intento del individuo de medirse con el Estado, de penetrar en él y de tomarlo, es un fracaso. El individuo, en cualquier relación que establezca con el Estado, permanece amenazado por éste. El destino del entorno societario, que viven como una peregrinación al infierno, el paso de una parte de la quimera “hacia la esperanza de las libertades”, a otra, aunque obstruida por una poderosa “logia/rosca” que controla y administra el poder. El camino democrático de las elecciones generales es confuso y lleno de malentendidos, evitables e inevitables.
La ausencia del Estado-nación durante mucho tiempo creó en los bolivianos el respeto por él; esto estaba bastante implícito: en general, las cosas que faltan dan lugar al respeto, la codicia, el culto a la personalidad, incluso la corrupción. Para la Bolivia pos Evo Morales, ante la urgente tarea de desarraigar el narcotráfico, la prebenda, el clientelismo, el autoritarismo y construir un Estado con una amplia base popular, como comenzó; esta fue una gran oportunidad. Pero esta oportunidad siguió siendo solo un sueño.
Los debates entre los candidatos en las relaciones entre el individuo y el Estado, que reflejan el grado de civilización de los aspirantes, en lugar del honor, vino el, orgullo y la soberbia, en lugar de la humildad y el respeto por el bien común. Esta es una de las distorsiones más profundas que muestra uno de los candidatos con mayor opción de triunfo ante la propuesta de “unidad” para vencer el autoritarismo azul del terror. Desafortunadamente, tomó 14 años para entender esto. La soberbia y el orgullo del escribidor atacó el bastión más importante de la confianza ciudadana, la cima de su pirámide. Desmanteló el enigma de lo que se llama “Bien Común”, en nombre del cual se cubre la mayor vergüenza e inmundicia de los administradores del Estado, cada quien en sus turnos. Este accionar es propio del culto al rango, el mito del jefe y la secretaria, la idolatría inflada de “los de arriba”. Y donde comienza el colapso de los falsos ídolos. “En la puerta del horno se quema el pan”.
J. Waldo Panozo Meneces
Policía – Politólogo